Hasta finales de los 90 aquel manglar que limitaba con la primera fábrica de la multimillonaria Cervecería Nacional, y era escondite peligroso para enamorados del cerro, no por los ladrones, sino por murciélagos, culebras y hasta cocodrilos que pululaban por esa mezcla tan del entorno de monolandia: Manglar, peligro y río.
Año 2022:
Puerto Santa Ana, el ex manglar y lodo no está ya, hoy es un pequeño Brickel y Ocean Drive. Y el romance surgido entre la hinchada barcelonista, pueblo guayaquileño y la torcida del Flamengo parece que va para largo. Flamengo lo hizo. Llegó con ruido y tambores. Parecían unos guayacos más. Llenaron las cevicherías y bailaron salsa. Y vieron que la salsa es un ritmo y es también la mezcla de cebolla, hierbita y limón, que se le agrega al pastel de chorizo. Nuestra salsa. Flamengo enamoró a Guayaquil y desde el inicio nos quedamos hinchando por ellos. Nos hicimos parceritos. Y hasta nos olvidamos sin querer queriendo de los rivales del Flamengo, les pusimos “los del otro equipo”. Y los brasileros indagaron lo que es el otro equipo y se rieron y lo adoptaron. Se unieron también al cantico contra el Emelec. Nació un romance ideal. Ya somos familia. Guayaquil es terreno Flamengo. La capital es Puerto Santa Ana. Y ahí hoy ha nacido el nuevo nervio urbano de encuentro para victorias deportivas y tontodromo. Imposible mejor lugar. Al pie del río. Mirando al futuro. Muito obrigado.






